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Sexualidad en la madurez


La sexualidad a partir de los 60 años sigue siendo un tema tabú (como tantos otros) lo que está relacionado con un modelo de sexualidad eminentemente juvenil, centrado en el coito y accesible sólo a cuerpos imposibles. A esto se une una tendencia a aceptar la sexualidad sólo en etapas reproductivas. La sexualidad efectivamente tiene una vertiente reproductiva, pero ni todo acaba ahí ni es más importante que la recreativa y la relacional.

La sexualidad tiene que ver con cómo vivimos el sexo que somos, con la aceptación de nuestras peculiaridades, de nuestra orientación sexual, de los cuerpos que habitamos, de nuestra particular manera de ser mujer u hombre, etc. Todo ello se relaciona con el bienestar. Por ello, visibilizar y atender la sexualidad de las personas mayores es tan importante como la del resto de personas, ni más ni menos.

Lo primero que habría que apuntar es la diversad de mayores. Por un lado, no es lo mismo tener 60 años que 80 años y de uno a otro van 20 años, por lo que deberíamos evitar homogeneizar para atender adecuadamente las necesidades concretas en cada etapa, también dentro de la vejez. Por otro lado, se pueden dar muchas situaciones, es decir, cada quien tienen una biografía particular: la pérdida de la pareja, la jubilación, el cuidado de los nietos y las nietas (que va a ser diferente al cuidado de los hijos e hijas), nuevas parejas, convivencia con la familia extensa, estados de salud, estancia en centros residenciales, la situación socioeconómica (especialmente en este contexto), etc. Todo ello, llevará a situaciones diferentes: no es lo mismo una pareja que lleve 40 años junta, a pasar a la viudedad, divorciarse o tener nuevas parejas. Los aspectos psiosociales son fundamentales para comprender la sexualidad de las y los mayores.

La actividad erótica de las personas se transforma a lo largo de la vida y sólo desaparecerá con la muerte. Efectivamente con la edad se dan una serie de cambios en los genitales internos y externos que deterioran la función reproductora, pero no los placeres ni el deseo. Afectan más en este sentido los condicionantes sociales al respecto que las posibilidades de satisfacción sexual de las personas mayores. En muchas ocasiones estos condicionantes pueden llevar a no contemplar la necesidad de intimidad de las personas mayores (en centros residenciales o en la propia vivienda donde se convive con más miembros de la familia) e incluso no aceptar la posibilidad de que tengan nuevas parejas. Se complica más en la aceptación de las relaciones homosexuales entre mayores. También las propias personas mayores pueden llegar a creer que su vida sexual acabó. Por otro lado, el modelo de sexualidad genitalista no casa bien con las dificultades que se pueden encontrar en esta etapa como aquellas relacionadas con la erección, el mayor tiempo requerido para la excitación, las dificultades con la lubricación, los roles de género poco permeables, etc. Pero si se desprenden de ese modelo podrán disfrutar de una erótica más global, donde el tiempo dedicado para la excitación puede ser un regalo para conocer nuestros placeres y donde al no haber posibilidad de reproducción se explota el disfrute y la relación.

La sexualidad se alimenta de sexualidad y su cultivo es fundamental para tener una vida erótica satisfactoria. Quien considere que la sexualidad es un valor, la cuide y mime sus expresiones, quien sepa extraer placer de todo el cuerpo, seguirá disfrutando a pesar de que la capacidad de hacer el coito se vea reducida. En cambio, quien entienda que la sexualidad se limita o reduce a la genitalidad y a la práctica del coito, sin alternativas ni excepciones, tendrá menos resortes para enfrentar las dificultades.

El reto es que la erótica en la vejez se considere una opción para el bienestar y no algo que haya que abandonar.

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